Cada que empiezan a sonar los campanazos del fin de año, entra por la misma pasarela la necesidad de evaluar cada logro y cada fracaso con una imparcialidad absoluta, a modo de autoflagelación, a fin de concluir cuál ha sido el balance que se quema con el año que termina.
En mi caso, se me ha dado por echar la vista en retrospectiva, no sólo al año que culmina sino a los quién sabe cuántos años más allá, que me han llevado a los lugares y a las personas por las que transito ahora, a veces dulce y a veces saladamente este andar al que hemos llamado ‘2017’, por esa necesidad de darle un nombre a todo.
Me pasa con el año nuevo lo que me pasa con los cumpleaños: al día siguiente la vida sigue siendo exactamente la misma. Quizá uno que otro regalo y alguna resaca le hagan diferencia a un día común, pero finalmente, la misma vida, acompañada de las cosecuencias de las mismas decisiones del pasado.
Es por eso, que me resulta tan importante mirar hacia atrás, pero realmente hacia atrás y no tan sólo hacía estos últimos 365 días. Para así entender por qué ya no escribo y recibo mensajes de año nuevo de las mismas personas, unos sencillamente ya no llegan ni llegarán nunca más; y, sin embargo están estos otros que empiezan a llegar por vez primera. Mirar hacia atrás para entender por qué duele tanto la ausencia del beso de año nuevo del ser amado que se fue corporalmente de mi lado. Voltear la vista y reconocer el daño que he causado a esos que siempre estuvieron y que no supe valorar, o aquellos a quienes no fui capaz de devolver el amor en la misma medida en que me lo entregaron.
Cada nuevo año (entre más viejos peor) cada decisión y su respectiva consecuencia, se siente más pesada que en años pasados. Es lógico, pues con la llegada de una nueva traslación, son más pesadas las cargas y quizá menores las fuerzas.
Fue precisamente un 31 de diciembre hace 4 años, por ejemplo, que tuve que juntar todas las lágrimas que alguna vez haya producido mi cuerpo, recoger los pedacitos de mi corazón que yacían regados al costado, y con todo el dolor humanamente posible de experimentar, decirle adiós para siempre al cuerpo que albergaba el alma de la mujer que hacía el arroz con coco más delicioso de esta galaxia: mi abuela Ana, a quien yo amaba (amo) con toda devoción y admiración.
Han pasado muchas cosas en estos varios años; 3 amores, 3 trabajos, una nueva casa, varias ausencias, la partida de la tía Maritza (otro golpe bajo al corazón). He encontrado la inspiración para escribir mucho de lo que he querido, y el amor propio suficiente para decir los ‘nunca más’ que debía decir hacía mucho tiempo. También me ha ganado la cobardía, he herido desconsideradamente a personas que no lo merecían y el egoísmo de satisfacer mis deseos, me ha llevado a tomar decisiones individualistas y poco sensatas. He perdonado y mejor aún, me he perdonado.
El cúmulo de esas circunstancias y decisiones me llevaron a vivir fuera de casa, a hacer nuevos amigos, a crecer más rápido de lo que alguna vez imaginé; y, debo decir que aunque no cambiaría nada de eso, sí evitaría un par de errores innecesarios que me costaron más de lo que estaba dispuesta a perder.
En resumen, creo que lo más importante de estas festividades, no son las 12 uvas de la medianoche, ni la hoguera quema sueños, ni los interiores amarillos, ni las maletas, ni mucho menos los billetes en los bolsillos. Siento que se trata de hacernos conscientes de que cada vez que decidimos algo, ganamos o perdemos a alguien, estamos edificando un 2018, que nos llevará a un 2019 y determinará muchas cosas del 2020, 2021 y años subsiguientes, porque de eso justamente se trata la vida. Así que basta de mirar los años únicamente como el resultado de nuevos 365 días, porque no es en los días sino en las decisiones tomadas en ese transcurrir, en lo que vale la pena centrar toda nuestra atención, para que a la vuelta de varios 365 días más, no estemos lamentándonos por no haber cumplido nunca los propósitos que año tras año quemamos en la hoguera de la víspera de año nuevo, creyendo que de lo demás se encargaba solito el universo.